¿Podría el apagar el celular dar paz mental?, ¿cómo le hacemos para no agobiarnos por los problemas de la oficina a las 11 de la noche? y ¿se pueden poner límites al celular? Todo eso y más aquí.
La verdad, la verdad, ya nadie recuerda cómo era la vida sin un celular en la mano (al menos por acá no). La última vez que de verdad vivimos “offline” fue probablemente porque nos quedamos sin datos o se nos olvidó el cargador en casa y que agobio vivimos, pero, ¿podría el apagar el celular dar paz mental?.
Y es que no hay nada más alarmante que ese pánico que sentimos cuando la batería baja al 2%, que la neta parece más real que el miedo a encontrarnos con un oso en el camino. El celular dejó de ser una mera herramienta y se convirtió en una extensión de nosotros mismos y de nuestra paz mental.
Por eso, cuando escuchamos que el 31 de agosto miles de personas en todo el mundo apagarán sus teléfonos y redes sociales por un día entero, sentimos un golpe de ¿alivio o incredulidad? Y es que de primera suena fácil, ¿qué tanto es un día entero? ¿verdad? ¿VERDAD? La realidad es que es un reto que suena fácil pero no lo es, la dependencia que tenemos a ese pequeño aparato es muy grande y al mismo tiempo, ese pequeño acto de rebeldía contra la hiperconexión fuera exactamente lo que necesitamos.
La falsa sensación de estar disponibles
El doble check azul, la última conexión, el “visto” que nunca responde: todo eso construye más ansiedad que cualquier entrevista de trabajo. La idea de que siempre tenemos que estar disponibles es agotadora.
Decimos que trabajamos ocho horas, pero el WhatsApp laboral no entiende de horarios. Decimos que descansamos, pero seguimos scrolleando en la cama con los ojos rojos a las dos de la mañana. Y decimos que convivimos, pero basta ver cualquier restaurante para descubrir que la mitad de las mesas tienen más atención puesta en una pantalla que en la persona enfrente.
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Offline Club: cuando apagar el celular da paz mental
Pues resulta que hay un grupo de «radicales» que tienen una propuesta: el Offline Club. Que acepta a todo el mundo, lo único que pide a cambio es «un día sin celular, sin redes, sin notificaciones». Ni más ni menos. Y aun así, suena casi imposible. No porque no podamos vivir sin memes o sin mails, sino porque ya ni siquiera sabemos qué hacer con los espacios vacíos.
Imaginemos: esperar en la fila del súper sin revisar Instagram, sentarse en el metro sin audífonos, llegar temprano a una cita sin abrir Insta. Nos da pavor quedarnos solos con nuestros pensamientos. Como si necesitar un respiro de nosotros mismos fuera más difícil que contestar los 20 piolines de buenos días del chat familiar.
El detox del celular que no sabíamos que necesitábamos
Lo curioso es que apagamos el celular y de pronto el tiempo cambia de textura. Media hora deja de ser un scroll infinito y se convierte en media hora real: cocinar algo, salir a caminar, platicar sin interrupciones, aburrirse (que es la fuente más antigua de creatividad).
No es magia ni romanticismos baratos. Es simplemente que la atención, cuando deja de ser bombardeada, se vuelve más nítida. Y lo que descubrimos sin pantalla a veces resulta más estimulante que lo que cabía en cualquier feed.
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El miedo al FOMO
La resistencia a apagar el celular también habla de otra cosa: el miedo a no estar. A perder algo. A que se nos pase la noticia del día, el meme del momento, la notificación importante. Eso que apareció como algo muy real en el ya lejano 2012 (justo con Instagram), el FOMO que se volvió parte de la personalidad de toda una generación.
Pero pensemos: ¿cuántas de esas cosas que creemos imprescindibles siguen importando al día siguiente? La mayoría caducan en horas. Y mientras tanto, nos estamos perdiendo de lo único que no se repite: lo que sí está ocurriendo frente a nosotros.
Lo que ganamos cuando soltamos el celular
Un día sin celular no nos cambia la vida. No nos convierte en monjes zen ni nos da un certificado de pureza emocional. Pero funciona como recordatorio: no necesitamos estar disponibles siempre. Podemos contestar después, podemos desconectarnos sin que el mundo se derrumbe, podemos darle a nuestra mente el lujo de aburrirse y recuperarse.
El Offline Club es más una invitación que un reto. No es “resiste 24 horas sin tecnología”, sino “date permiso de respirar un día sin esa ansiedad de estar al alcance de todos”. Y en tiempos donde todo nos exige respuesta inmediata, esa pausa es casi un acto político.
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O sea que…
No odiamos el cel. Es útil, nos conecta, nos salva de perdernos eternamente por una colonia que no conocemos y hasta reduce el estrés al saber que Google siempre estará ahí para resolver una duda mensa. Pero tampoco podemos negar que se volvió un amo demandante. Y cada tanto, conviene recordarnos que nuestra vida, mandamos nosotros.
Así que cuando llegue el próximo 31 de agosto, tal vez valga la pena intentar apagarlo. No porque estemos hartos de la tecnología, sino porque merecemos comprobar que todavía sabemos existir sin ella. Que podemos estar con otros, con nosotros mismos, y que la vida no cabe entera en la pantalla.
Al final, un día offline no es una renuncia: es una recuperación.