Hablar de infidelidad es complicado, pero, familiar. Si no fue a nosotras, le paso a una amiga, a unos tíos y hasta a los vecinos. Por miles de situaciones, es un momento que hemos discutido más veces de las que nos gustaría admitir. El tema es cuando hay hijos de por medio, la pregunta es aún más incómoda: ¿les contamos o se guarda en la bóveda familiar junto con los traumas familiares?
La respuesta no es sencilla, porque estamos hablando de algo más que un chisme. Es una situación que probablemente altere la estructura emocional de una familia.
Caché a mi marido engañándome… ¿le digo a mis hijos?
Una mujer contó que estuvo casada 15 años. Su esposo la engañó, intentaron reconciliarse, no funcionó, y finalmente se divorciaron. Nueve años después, son padres cordiales de dos adolescentes: celebran fiestas juntos, van a los partidos y mantienen la fachada de “somos un buen equipo, aunque ya no dormimos en la misma cama”.
Algunos amigos de ella insisten: “eventualmente tendrás que decirles la verdad, porque tus hijos no van a entender quién es realmente su padre si no conocen esa parte de la historia”. Ella, en cambio, duda. Porque los hijos ya tienen suficiente con su ansiedad y depresión, porque aman a su papá, y porque la verdad podría reventar un frágil equilibrio que ha costado años mantener.
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Y ahí el dilema: ¿qué es más sano, protegerlos decirles la verdad?
En nuestra época obsesionada con la transparencia, parece que ocultar algo es sinónimo de traición. Si no lo dices todo, eres cómplice. Pero seamos sinceros: no toda verdad es un regalo. A veces, es un golpe. Y hay verdades que usan como armas tóxicas. ¿Realmente ayuda a un adolescente ansioso saber que su papá le fue infiel a su mamá?
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Los hijos no son terapeutas
Aquí hay que recordarlo: los hijos no nacieron para ser confidentes de los padres. No son nuestros psicólogos ni nuestros mejores amigos. Son hijos. Y aunque suene duro, no necesitan todos los detalles de nuestras guerras conyugales.
Lo que sí necesitan es seguridad, coherencia y la sensación de que su familia, aunque fracturada (¿cuál no?) funciona. Decirles “tu papá engañó a tu mamá” puede sentirse liberador para nosotros, pero ¿lo es?
Tampoco se trata de construir una mentira eterna. Porque la familia perfecta tampoco existe, y cuando los hijos crecen, empiezan a sospechar. Lo que antes se tragaban como cuento de hadas, ahora se cuestiona. Y sí: descubrir a los 25 que hubo un engaño que todos sabían menos tú puede dañar.
La diferencia está en el cuándo y el cómo. No es lo mismo soltar la bomba en plena adolescencia, cuando todo es drama, que conversar con adultos jóvenes que preguntan directamente. No es lo mismo decirlo con veneno que contarlo con honestidad, sin rencor y con la intención de que entiendan el contexto, no de que elijan un lado.
Entonces, ¿qué hacemos?
La respuesta incómoda es: depende. Depende de la edad, de la salud emocional de los hijos, del tono con que se diga y, sobre todo, de la intención detrás. O sea, no hay una respuesta correcta para todos.
Pero, si lo cuentas para liberar tu enojo, probablemente no es el momento. Si lo cuentas porque ellos lo preguntan directamente y están listos para escucharlo, puede ser un acto de respeto. Si lo callas porque temes que explote la paz familiar, tal vez también sea válido. El silencio no siempre es mentira; a veces es estrategia.
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¿Lo digo o no?”
- Pregúntate para qué: ¿quieres ayudar a tus hijos o castigar a tu ex?
- Considera la salud emocional: si tus hijos apenas pueden con la escuela y la ansiedad, quizá no necesiten agregarle “papá fue infiel” a la lista.
- Responde a la demanda, no la inventes: si no preguntan, no corras a dar explicaciones. Si preguntan, responde sin veneno.
- Recuerda que el tiempo también educa: lo que hoy sería devastador, mañana puede ser solo un dato más.
La verdad no es binaria. No siempre es “o la dices ya o vives en mentira”. La verdad también se mide en dosis, en tiempos y en contextos. Y cuando hablamos de hijos, la prioridad no es “que lo sepan todo”, sino “que vivan con el mayor equilibrio posible”.
Así que antes de correr a revelar la infidelidad pensemos: ¿qué necesitan ellos, no qué necesitamos nosotros? Porque si algo enseña la maternidad (y el divorcio), es que no todas las verdades deben contarse al mismo tiempo. Algunas pueden esperar.