Las apps de citas pueden ser una verdadera pesadilla o un verdadero sueño, pero ¿realmente están muriendo por las malas experiencias? Aquí les contamos todo.
Tal vez ya lo sospechaban. Ese silencio incómodo en sus matches, los mensajes que se quedaron en “¿a qué te dedicas?” y la sensación de que abrir una app de cita es como entrar a un Oxxo de madrugada: más vacío y un poco de lo mismo. Y sí, parece que estamos asistiendo al funeral lento pero inevitable de las apps de citas. Y antes de sacar pañuelo negro, seamos honestos: ¿de verdad nos duele?.
La historia de las apps de citas
Cuando aparecieron, prometían democratizar el amor. “Más opciones, más rápido, más fácil”. En teoría, íbamos a conocer a esa persona especial en cuestión de un par de intentos. En la práctica, lo que tuvimos fue un buffet infinito de caras donde siempre parecía que lo mejor estaba dos perfiles más adelante. ¿Química? ¿Conversación real? Nah, mejor seguimos deslizando.
El resultado: nunca estábamos presentes. Ni siquiera en la cita. Porque en el fondo pensábamos que, si esto no funcionaba, había 240 opciones más esperándonos. Esa ilusión de abundancia terminó convirtiéndose en una trampa: cero compromiso, cero inversión emocional, cien por ciento ansiedad.
Las apps de citas no solo cambiaron cómo ligamos, sino cómo normalizamos comportamientos que antes eran considerados pésimos modales. Ghosting, breadcrumbing, orbiting… todas esas palabras horribles pero que en realidad describen el arte contemporáneo de desaparecer, dar migajas de atención o seguir rondando sin intención real.
Lo grave es que trasladamos esa lógica al mundo offline. De pronto, ya era aceptable dejar de contestar mensajes a alguien con quien habías salido varias veces. “Es que así funciona”, decíamos, como si el manual de etiqueta moderna lo hubiera escrito Tinder.
El otro daño colateral fue la pérdida de un músculo esencial: la valentía para acercarnos en persona. Antes, hablarle a alguien en un bar o en la fila del cine requería coraje. Sabíamos que nos podían rechazar, pero al menos lo intentábamos (y seamos sinceros, esa valentía ahora sería considerada mega hot)
Hoy, ese músculo está atrofiado. Nos da pavor la idea de un “no” en vivo y en directo porque nos acostumbramos al rechazo virtual: un swipe a la izquierda que no duele (mucho). El problema es que tampoco enseña nada. Y así, cuando intentamos coquetear cara a cara, nos sentimos como adolescentes en secundaria: torpes, inseguros, desentrenados.
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¿Qué perdimos en el camino?
Perdimos el arte de la casualidad. Ese momento raro y brillante en el que conocías a alguien porque sí, sin algoritmo de por medio. Perdimos la magia de arriesgarnos. Y perdimos la tolerancia al fracaso. Nos convencimos de que la vulnerabilidad era innecesaria porque siempre había “más peces”. Lo que nadie nos dijo es que esos peces eran bots, perfiles inactivos o personas buscando entretenimiento mientras veían una peli.
¿Realmente las apps de citas están muriendo?
Ahora que las descargas de apps de citas empiezan a caer y que cada vez más personas confiesan sentirse agotadas, puede que estemos frente a un renacimiento. ¿El fin del capitalismo romántico? Tal vez no tanto, pero sí el inicio de un regreso tímido a lo humano.
¿Y si el siguiente paso no es otra app sino algo más simple? Volver a hablar en la vida real. Volver a mirar a alguien en el metro y decir “hola” sin sonar a psicópata. Volver a permitirnos el riesgo del rechazo y la sorpresa del encuentro.
No lo vamos a negar, es incómodo. Acercarse a alguien así sin nada, es aterrador. Pero la incomodidad es parte del encanto. No se trata de volver al ligue cavernícola, sino de recordar que la interacción cara a cara tiene variables que ningún algoritmo puede programar: la risa inesperada, la química inexplicable, el nervio compartido.
Y ojo, esto no significa romantizar volver al pasado. No queremos regresar a cuando ligar en la oficina era considerado “normal”. Queremos otra cosa: recuperar el valor de exponernos, de ser rechazados, de atrevernos.
Consejos para ligar SIN apps:
- Practiquen el “hola”: suena básico, pero es un músculo. Empiecen en la vida diaria: la barista, el vecino, el amigo del amigo. No tienen que casarse con nadie, solo romper el hielo.
- Reconcíliense con el rechazo: no pasa nada si alguien no quiere. El mundo no se acaba.
- Estén abiertos a ser abordados: no todo acercamiento es invasión. A veces solo es alguien genuinamente curioso.
Estamos viendo morir a las apps de citas, y en lugar de llorar por ellas deberíamos brindar. Porque su promesa de amor fácil nos dejó agotados, cínicos y con menos habilidades sociales que nunca. El reto ahora es recuperar lo que nos robaron: la espontaneidad, la valentía y, sobre todo, la capacidad de estar presentes con alguien sin pensar en la siguiente opción a dos swipes de distancia.
Así que sí se mueren las apps de citas, seguro revivirá el riesgo, el nervio y el coqueteo incómodo de la vida real. Ufff, qué nervios lo que viene.