A estas alturas seguro ya han escuchado a alguien presumir: “Tengo un Substack”. Y lo dicen con la misma solemnidad con la que antes se decía “tengo un blog” o, “escribo para tal revista indie digital”, pero ¿qué es Substrack?.
Pues bien la diferencia entre Substack y todo eso que leíamos en los 2000’s no es un cuaderno escondido bajo la almohada ni una página olvidada en Blogspot: es la plataforma que se volvió la casa digital de quienes creen que todavía vale la pena sentarse a escribir… y de quienes todavía quieren leer.
¿Qué es Substack y cómo lo usan los chavos?
Substack es una especie de híbrido entre newsletter y revista personal. Imaginen un correo electrónico, pero con más ondita, con voz propia, con la opción de que llegue a sus bandejas como si fuera una carta que esperaban. La idea es simple: los escritores publican sus textos y ustedes deciden suscribirse. Pueden leer gratis o pagar por contenido premium. Básicamente, es la versión 2020s de la relación autor–lector: directa, sin jefes editoriales de por medio, sin banners luminosos interrumpiendo la lectura.
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¿Por qué los jóvenes lo adoptaron?
La pregunta no es por qué, sino cómo no lo iban a hacer. Los jóvenes de hoy en día —sí, esa generación que creció con la atención fragmentada por pantallas y notificaciones— decidieron darle un voto de confianza al texto largo. No hablamos de ensayos académicos de veinte cuartillas con citas en formato APA. Hablamos de confesiones íntimas, análisis culturales, diarios emocionales y hasta recetas con anécdota incluida.
Para los más jóvenes, Substack es un escape de la saturación de videos de 30 segundos y un terreno donde pueden leer algo que dure más que una canción en Spotify. Y para quienes escriben, es el espacio donde pueden crear comunidad sin depender de algoritmos que cambian de humor cada semana.
El toque aspiracional
Parte del encanto es que Substack tiene un aire aspiracional. No es como abrir un hilo eterno en X (antes Twitter) o un post en Instagram que desaparece en el ruido visual. Publicar en Substack se siente más serio, más autoral. Es como decir. Tal vez es la vulnerabilidad con el que los escritores se abren. Y eso atrae a las personas que sueñan con ser parte de una conversación más profunda, aunque sea entre memes y reseñas de series.
Muchos empiezan como lectores y acaban lanzando su propio newsletter. ¿La lógica? Si fulanito pudo escribir sobre cómo sobrevivir a la adultez con el corazón roto y aun así conseguir cientos de suscriptores, ¿por qué yo no?
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La economía de las palabras
Otra razón por la que Substack gusta, es el dinero. No hablamos de millones (a menos que seas un escritor con millones de fans), pero sí de la posibilidad de monetizar tu voz. Algunos estudiantes universitarios ya tienen newsletters con suscriptores que pagan religiosamente por leer sus desvaríos semanales. Y no es por la perfección de la prosa, sino por la cercanía que generan: alguien se atreve a contar lo que pensamos en secreto y, voilà, sentimos que vale la pena apoyarlo con unos dólares.
Es casi un regreso romántico a pagar por contenido, pero sin el filtro de las editoriales o los medios gigantes. Aquí, si quieres escribir sobre “cómo sobreviví a mi semana con cinco pesos y ansiedad”, nadie te lo va a editar para que suene más corporativo. Lo publicas tal cual y, sorprendentemente, hay gente que paga por esa autenticidad.
Piénsenlo: en un mundo donde compartimos hasta la foto del café mediocre, ¿cómo no iba a pegar una plataforma que permite narrar con calma? El chavo que antes hacía catarsis en un hilo de 60 tuits ahora lo condensa en un texto que llega directo al correo de quienes quieren leerlo, sin ruido, sin haters apareciendo a mitad de la lectura. O alguien comparte cada domingo una reflexión sobre lo que significa tener 20 años y sentir que la vida se nos escapa entre deudas del celular y expectativas laborales. O la chava que mezcla reseñas de música con confesiones amorosas. O el chavo que escribe sobre feminismo desde la perspectiva de un onvre que está aprendiendo. Todo cabe en Substack si se hace con voz propia.
Lo que ganan los lectores
Leer Substack es como asomarse a conversaciones que no se dan en voz alta. Uno se suscribe y recibe el texto en su correo como quien recibe una carta que no esperaba. En tiempos donde la inmediatez nos deja con la cabeza llena de ruido, ese detalle de sentarse a leer un texto más largo se vuelve casi un acto de rebeldía.
Y para los chavos, es también un acto de identidad: “yo sigo a tal autora, yo pago la suscripción de tal newsletter”. Así como antes presumíamos la banda indie que descubrimos antes de que sonara en la radio, ahora se presume el Substack que leímos antes de que se volviera viral.
¿Moda pasajera o nueva forma de leer?
La duda está en el aire: ¿será que Substack es una moda pasajera, un capricho de pandemia que sobrevivió más de lo esperado? Tal vez. Pero mientras dure, está funcionando como un laboratorio de escritura y lectura. Un lugar donde los chavos prueban cómo es tener una voz, cómo es sostener la atención de otros durante 800 o 1000 palabras, cómo es compartir un pensamiento sin que lo interrumpa un anuncio de hamburguesas.
Al final, lo que nos enseña Substack es que la palabra todavía importa. Que incluso en esta era sigue habiendo un deseo de leer y de que nos lean. Y si los chavos lo están usando, es porque encontraron en la escritura algo que las redes tradicionales ya no les daban: un espacio para pensar con calma.