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¿Cómo se vive el duelo? Gabriel Rolón nos explica

¿Cómo se vive el duelo de lo que se va? Puede que no sea fácil, pero es necesario sentirlo y aquí les explicamos cómo sentirlo.

octubre 17, 2025

Muchas veces vamos por la vida pensando que no nos duele nada, pero ¿Cómo se vive el duelo de algo que perdimos? ¿Todos sufrimos igual? ¿Se vale no sentir? Gabriel Rolón, Psicoanalista y Autor, responde. 

Hay emociones que la sociedad prefiere mantener a raya, y el dolor profundo es una de ellas. Cuando experimentamos una pérdida significativa, muchas veces escuchamos frases bien intencionadas, pero vacías, como “ya supéralo” o “tienes que ser fuerte”. Sin embargo, el duelo es un proceso que exige todo lo contrario: exige vulnerabilidad, tiempo y, sobre todo, entendimiento.

¿Cómo se vive el duelo? Gabriel Rolón nos explica

El duelo no es una enfermedad, es la respuesta natural y psicológica que nuestra mente (y nuestro cuerpo) activan para adaptarse a una nueva realidad donde algo o alguien que daba estructura a nuestra existencia ya no está. No es solo un estado de tristeza; es una guerra íntima y silenciosa que libramos entre la profunda necesidad de aferrarnos a lo que fue y la urgente necesidad biológica de seguir viviendo.

«El duelo no es solo tristeza. Es también enojo, negación, miedo, culpa y, a veces, incluso alivio. Es la forma en que el alma se defiende del impacto de la ausencia.” – Gabriel Rolón.

Cuando perdemos a una pareja, por ejemplo, no solo lloramos a esa persona. Lloramos la versión de nosotras mismas que existía en ese vínculo: la compañera, la esposa, la rutina del desayuno compartido y los sueños mutuos. De pronto, la identidad se desvanece con la ausencia.

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El dolor como espejo del amor

Cada una de ustedes, cuentahabientes, libra esta guerra a su manera. El duelo es un enfrentamiento brutal con la ausencia. Pero, sobre todo, es una lucha constante contra la propia resistencia a aceptar que el mundo, de manera cruel y egoísta, sigue girando mientras nuestro corazón está detenido en otro tiempo.

Observamos distintas formas de procesar esta batalla:

  • Hay quienes necesitan hablar sin parar, como si las palabras, al nombrar la herida una y otra vez, pudieran hacerla menos real o, al menos, compartir su peso.
  • Otras prefieren el silencio absoluto, por temor a que nombrar la pérdida la vuelva definitiva.
  • Y algunas se sumergen en rutinas y trabajo, intentando no sentir, mientras otras se permiten tocar fondo, abrazando el dolor en su máxima expresión.

El duelo no solo habla de lo perdido; nos habla de nosotras mismas. Nos obliga a confrontar:

  • Lo que esa persona o situación significaba en nuestra vida.
  • Nuestra forma de vincularnos.
  • Y, de manera más profunda, de quiénes éramos al lado de lo que ya no está.

«El dolor es, en el fondo, un espejo que nos obliga a mirarnos cuando menos queremos hacerlo.” – Gabriel Rolón

Cuando un joven pierde a su padre, por ejemplo, no solo llora el presente vacío, sino también la herida invisible de lo que no fue: las conversaciones que ya no tendrá, el tiempo que creyó infinito y las palabras que se quedaron sin decir.

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Los tipos de duelo: las pérdidas que no se entierran

No todos los duelos son iguales. Algunos tienen rito y velorio, y otros se atraviesan en la soledad. Es útil reconocer los distintos tipos para validar la complejidad de su sufrimiento:

  • Duelo por Muerte (Duelo Real): Es el más evidente, la pérdida de una persona amada. Sin embargo, la carga simbólica cambia: no es igual perder a un abuelo a los 90, con una vida plena, que a un hijo de 10. Perder a una madre, por ejemplo, puede significar la pérdida del refugio emocional, de la raíz misma de nuestra historia.
  • Duelo Simbólico: Ocurre cuando no se pierde una persona, sino algo que representaba una parte esencial de nuestra identidad. No todo lo que se pierde se entierra. Aquí se incluye la pérdida de un trabajo que amábamos, el fin de una amistad de décadas, la ruptura de un sueño o el diagnóstico de una enfermedad crónica. En este último caso, la persona debe despedirse de la idea de invulnerabilidad, de su cuerpo anterior y de su energía.
  • Duelo Anticipado: Es el proceso que comienza antes de que la pérdida se concrete, como cuando un ser querido padece una enfermedad terminal. El corazón comienza a despedirse antes de tiempo. Aunque puede parecer una «preparación», es emocionalmente agotador, pues es vivir la pérdida dos veces: en la espera angustiosa y, finalmente, en la ausencia.
  • Duelo No Reconocido (o Desautorizado): Es el más solitario. Se da cuando la sociedad no valida la pérdida, como el fallecimiento de una mascota, la muerte de un ex cónyuge o un amante. La persona no puede expresar su dolor libremente, lo que obliga a vivirlo en silencio, negándole al sufrimiento un espacio social legítimo.
  • Duelo Colectivo: Ocurre cuando una sociedad completa sufre una tragedia (pandemia, terremoto, guerra). Es un dolor compartido, donde cada historia personal se entrelaza en una narrativa de vulnerabilidad masiva, como nos sucedió con la COVID-19, que nos obligó a enfrentar la pérdida de vidas, de libertad y de la “normalidad”.
  • Duelo Patológico (o Complicado): Aparece cuando el dolor se vuelve crónico y no encuentra cauce. La persona se queda anclada en la negación, la culpa o la idealización extrema, sin poder aceptar la pérdida ni rehacer su vida. En estos casos, donde no se llora al otro, sino la imposibilidad de vivir sin él, se requiere de acompañamiento psicológico o psicoanalítico urgente.

¿Cómo son las etapas y cómo se vive el duelo?

Aunque cada duelo es único, los expertos coinciden en que el proceso suele atravesar cinco etapas emocionales. Recuerden, cuentahabientes, que estas fases no son un recorrido lineal; pueden ir y venir:

  • Negación: «Esto no puede estar pasando». Es el mecanismo de defensa de la mente para amortiguar el impacto de lo insoportable.
  • Ira: «¿Por qué a mí?». El enojo es un intento por recuperar el control en una situación de total impotencia.
  • Negociación: «Si hubiera hecho algo distinto…». Aquí, la culpa se presenta como una ilusión de poder revertir la pérdida si tan solo hubiéramos actuado de otra forma.
  • Depresión: «Ya no hay nada que hacer». La tristeza profunda nos enfrenta por fin a la realidad irreversible.
  • Aceptación: «Ya no está, pero sigo aquí». No es olvido, es la reconciliación con la ausencia.

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El duelo no se supera, se aprende a vivir con él

Uno de los mitos más dañinos es creer que el duelo «se supera», como si se tratara de una enfermedad que se cura y se olvida. No. El duelo no desaparece; se transforma. Se vuelve parte de su historia, de su alma. La herida cicatriza, pero la piel nunca vuelve a ser exactamente igual.

El duelo es una batalla salvaje que las transforma para siempre. No saldrán de él siendo las mismas, pero sí serán personas con una comprensión más profunda de la vida y del amor.

Aceptar la pérdida no significa dejar de extrañar. Significa reconciliarse con la idea de que esa ausencia también las habita, pero no las paraliza. Podrán volver a reír, amar y construir nuevos proyectos, pero cada alegría llevará, como un eco, la sombra suave de esa persona o ese momento perdido.

Al final, el duelo nos enseña que lo que amamos profundamente nunca desaparece por completo. Vive en el recuerdo, en lo que aprendimos, en la forma en que decidimos mirar el mundo después de haberlo visto derrumbarse. El dolor que sienten es el precio de haber amado, de haber deseado, de haber creído.

Si duele, es porque hubo algo hermoso. Y en ese dolor también habita, aunque escondida, la semilla de la vida que continúa.

Especialista: Gabriel Rolón. Psicoanalista, escritor y pensador destacado de la cultura. Ha escrito 11 libros entre los que destacan Historias de diván, Palabras cruzadas, Los padecientes, Encuentros, Medianoche en Buenos Aires, entre otros. Es un autor superventas en Argentina y Uruguay, con casi 2 millones de copias vendidas. En México, sus libros suman más de 8,000 ejemplares vendidos.

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