¿Les ha pasado que su pareja, hermano o amiga siguen siendo inmaduros? Pues podría ser por esta razón científica.
Si alguna vez se han sorprendido pensando: “¿Por qué a los treinta y tantos seguimos tomando decisiones como si tuviéramos diecisiete?”, tranquilos: resulta que tenemos excusa científica. Y no cualquiera: una de la Universidad de Cambridge.
Según esta investigación, nuestro cerebro avanza por cinco grandes etapas, y la más larga, dramática e increíblemente caótica no es la primera adolescencia… sino la segunda. Esa que arranca cuando apenas entendemos cómo hacer una transferencia bancaria y termina… bueno, todavía no sabemos.
La adolescencia dura hasta pasados los 30
Los investigadores analizaron más de cuatro mil escáneres cerebrales de personas de todas las edades, desde recién nacidos hasta señoras de 90 que probablemente ya tienen los secretos del universo. Luego metieron toda esa información en un sistema de inteligencia artificial —sí, otra vez la IA metiéndose en nuestras vidas— para ver cómo se conectan y desconectan las distintas regiones del cerebro a lo largo del tiempo.
El hallazgo es mind blowing: el cerebro no madura en línea recta. No es ese gráfico ascendente que nos prometieron en la secundaria. Es más bien como el WiFi del café donde trabajamos: a veces funciona increíble, a veces desaparece sin razón, y en general está haciendo lo mejor que puede bajo circunstancias cuestionables.
La segunda adolescencia: ese pedazo entre los 20 y los 30 y tantos
Cambridge confirmó algo que sospechábamos cada vez que intentamos comprar un sillón de adultos responsables que tienen la vida “resuelta” y terminamos investigando si hay uno que también sea cama para invitados: estamos en plena reconfiguración cerebral.
Es la etapa más extendida de todas. No porque seamos flojos para madurar, aunque quién sabe, sino porque el cerebro está en modo “renovación total”: abre conexiones, cierra otras, archiva traumas, instala actualizaciones existenciales que nunca pedimos. Básicamente, somos una compu que lleva demasiadas actualizaciones pero que se niega a jubilarse.
¿Por qué seguimos sintiéndonos como “work in progress”?
Los hallazgos muestran que el cerebro responde a nuevas experiencias continuamente, pero no de forma uniforme. Es decir: podemos tener un empleo estable, una colección de plantas casi vivas y la capacidad de explicar impuestos… y aún así sentir que no entendemos nada de nada.
Estas son algunas de las razones por las que la adultez se siente tan parecida a la adolescencia, solo que con más ansiedad por el nivel de azúcar en la sangre:
- Tomamos decisiones emocionales con lógica. “No te voy a contestar el mensaje hasta mañana porque tengo dignidad, pero también porque quiero platicarlo primero con mi psicologa”.
- Nos enamoramos como adolescentes, pero con seguro médico. Y con el mismo miedo al rechazo, solo que ahora disfrazado de ghosting.
- Confundimos deseo personal con expectativas externas. Antes era: “¿Qué universidad quieres?”. Ahora es: “¿Y para cuándo el bebé, la casa o la renuncia dramática para irte a Portugal?”.
- Lo que queremos cambia cada semestre. Como si el cerebro mandara una nueva actualización: ahora queremos paz interior y muebles mid-century.
La adultez: ese territorio intermedio donde fingimos que sabemos
Si algo deja claro esta investigación es que tenemos demasiada prisa por “ser adultos”, cuando en realidad la biología nos dice: relájense, nadie está listo todavía. Ni ustedes, ni sus amigos, ni esa persona que parece tener su vida bajo control solo porque ya sabe usar una olla express.
Somos una generación que administra su futuro como administra suscripciones: renovándolas sin leer los términos y condiciones, esperando que algo haga sentido eventualmente. Y el cerebro, mientras tanto, allá arriba, cambiando conexiones como quien mueve muebles a las dos de la mañana porque por qué no.
Una perspectiva útil: quizá no estamos fallando, quizá estamos evolucionando
Pensémoslo así: si el cerebro todavía está reorganizándose después de los 30, entonces esta sensación de “no estoy donde debería estar” no es fracaso… es transición. Es el equivalente biológico a tener la maleta abierta antes de un viaje: nada está 100% decidido pero todo tiene un destino.
Lo que Cambridge nos regala es una disculpa científica para nuestra confusión crónica, pero también una especie de permiso: pueden dejar de pretender que llegaron a la meta. Porque la meta, al parecer, es seguir moviéndose.
¿Y entonces?
Probablemente lo mismo que hacemos con la mayoría de las noticias científicas: usarla para justificar comportamientos.
Pero también podemos transformarla en un pequeño manifiesto:
- Abracen el caos, porque es literal plasticidad neuronal.
- Desistan de comparar su vida con la de los demás: no están atrasados, se están actualizando.
- Tomen decisiones imperfectas: el cerebro aprende de eso.
- Y, por favor, dense permiso de cambiar de opinión: es neurobiológicamente correcto.
La adolescencia no termina a los 18. Ni a los 25. Y, siendo honestas, tampoco a los 30. Es una especie de serie interminable con muchos episodios, giros narrativos raros y uno que otro personaje sorpresa.
Y aquí estamos todos, protagonistas de nuestra segunda temporada, tratando de descifrar el guion mientras lo escribimos.