estafa-en-la-que-están-cayendo

La estafa de hace 100 años en la que siguen cayendo

Hace más de cien años se creo la estafa en la que están cayendo miles hoy día. ¿el truco que usan? Aquí les contamos.

noviembre 7, 2025

«If ain’t broken, don’t fix it», así dice el dicho … Y esto también aplica en la estafa de hace 100 años en la que la gente sigue cayendo.

Nos encanta pensar que somos más sofisticados que los de antes. Que ya nadie podría engañarnos con esas promesas absurdas de “ganar dinero rápido”. Que vivimos en la era del algoritmo, la inteligencia artificial y la transparencia digital. Y que para caer en una estafa tendría que ser algo hiper elaborado e inteligente. Pero no. Seguimos cayendo en las mismas trampas que hace un siglo.

La estafa en la que están cayendo… ¡100 años después!

En 1920, un hombre llamado Charles Ponzi prometió algo imposible: un retorno del 50% en solo 45 días. Lo dijo con tanta seguridad, tanta sonrisa, tanto acento exótico, que en pocos meses tenía a miles de personas entregándole su dinero. Cuarenta mil, para ser exactos. Ganaba unos 250 mil dólares diarios, una cantidad obscena incluso para hoy.

El truco era simple y brillante: no había negocio, ni inversión, ni secreto bancario. Solo un flujo constante de dinero nuevo pagando las “ganancias” de los viejos inversionistas. Era un espejismo con forma de milagro financiero. Una estafa que se volvió tan famosa que hoy lleva su nombre: el esquema Ponzi.

¿Qué es el esquema Ponzi?

Su gran éxito fue su habilidad para engañar, sino lo fácil que nos resultó creerle, porque incluso cuando los periodistas demostraron que su modelo era matemáticamente imposible, la gente siguió invirtiendo. No porque fueran ingenuos, sino porque querían creer. Querían pensar que esta vez sí, que alguien había descubierto el atajo perfecto al éxito.

La historia se repite con ropa nueva. Hoy ya no usamos sombreros ni escribimos cheques, pero el truco sigue intacto: la ilusión del dinero rápido, del “ingreso pasivo”, del “solo inviertan y vean cómo crece”. Le cambiamos el escenario pero seguimos cayendo por las mismas razones: porque creemos en historias, no en números.

Ponzi entendió algo que todavía no queremos aceptar: que el cerebro humano es más fácil de engañar que de convencer. Y que cuando alguien toca la tecla correcta, esa que dice “dinero fácil”, apagamos el sentido crítico y encendemos la esperanza.

No dejen de leer: El fraude telefónico que está llamando a todos

El gran problema de la codicia que aplica en nuestros tiempos

Nos gusta pensar que el problema es la codicia, pero en realidad es algo más sutil: el miedo a quedarnos atrás. El miedo a ser los únicos que no entraron cuando todos los demás “ya están ganando”. En tiempos de redes, ese miedo se multiplica. Abrimos Instagram y vemos a alguien de 23 años en Dubái, “viviendo de sus inversiones”. Vemos cursos, conferencias, grupos privados, frases motivacionales. Vemos éxito empaquetado y vendido en cuotas mensuales. Y pensamos: tal vez sí, tal vez ahora sí funcione.

El mismo reflejo que llevó a miles de personas a entregarle sus ahorros a Ponzi es el que hoy nos hace creer en criptomonedas milagrosas, en negocios de “flujo infinito” o en influencers que enseñan “libertad financiera” desde un Airbnb en una playa exótica. No cambió la trampa: cambió el filtro.

Y no, no es que seamos tontos, es que la mente humana ama los atajos. Preferimos creer que existe una fórmula mágica antes que admitir que la estabilidad, financiera, emocional, incluso mental, se construye lento. Nos venden la idea de que si no estamos generando dinero mientras dormimos, estamos fracasando. Que si no invertimos, no evolucionamos, que si no estamos “en el juego”, ya perdimos. Y en esa ansiedad colectiva por no quedarnos fuera, entregamos la lógica a cambio de ilusión.

El fenómeno Ponzi

Este fenómeno, más que una estafa, fue un espejo. Uno que nos mostró lo vulnerables que somos cuando alguien nos promete una salida rápida. Nos gusta pensar que somos racionales, pero la verdad es que el dinero toca fibras que la razón no alcanza.

Nos hace emocionales, impulsivos, tribales. Vemos a otros ganar y asumimos que algo deben saber que nosotros no. Ese es el verdadero truco: la prueba social. No confiamos en la lógica, confiamos en la gente. Y cuando todos corren en una dirección, corremos también, aunque no sepamos hacia dónde.

Cien años después, seguimos cayendo. Pero no porque nadie haya aprendido, sino porque todos seguimos siendo humanos.

Las versiones modernas del esquema Ponzi ahora se llaman rug pulls, coaching financiero o “modelos disruptivos de inversión”. Algunos usan blockchain, otros perfumes, otros criptomonedas con nombres de animales. Pero detrás de todos está la misma idea: convencerlos de que pueden tenerlo todo, sin pagar el precio real.

El legado de Ponzi no fue financiero, fue psicológico. Nos enseñó que la línea entre la fe y la ingenuidad es mucho más delgada de lo que nos gusta admitir. Que la esperanza puede volverse combustible para los estafadores.

Y si algo podemos aprender de su historia, es esto: la promesa del camino fácil siempre cuesta caro. No solo en dinero, sino en confianza, en autoestima, en la sensación de haber sido cómplices del engaño. Porque eso es lo más cruel del esquema: no solo roba, también avergüenza. Nos hace dudar de nuestra propia inteligencia.

¿Cómo no caer en una estafa de estas?

Quizá la lección más moderna que podemos sacar de una estafa de hace cien años es que no necesitamos volvernos cínicos, pero sí un poco más escépticos. Que la próxima vez que alguien prometa ganancias imposibles, deberíamos recordar que el verdadero milagro no está en duplicar el dinero, sino en resistir la tentación.

Charles Ponzi murió sin fortuna, pero con un legado indestructible: nos demostró que la estafa más rentable del mundo no está en los números, sino en la naturaleza humana. Y ese negocio, lamentablemente, sigue abierto.

únete a nuestra comunidad

noviembre 7, 2025