Si son de los que compran, compran y compran, podrían tener este trastorno y aquí les explicamos ¡Todo!
¿A quién no le gusta darse un lujo de vez en cuando? Esa blusa que vimos en redes, los zapatos de moda o el último gadget. A veces, el tarjetazo parece la forma más fácil de darnos un gusto, pero ¿qué pasa cuando compramos de forma impulsiva? ¿Nuestro cerebro está bien? Pues hay un trastorno que hace que compren demasiado.
El trastorno que te hace comprar demasiado
La era digital ha convertido las compras en una actividad casi sin fricción; basta con un clic para que aquello que deseamos esté en camino a nuestra puerta. Es tan fácil que a veces olvidamos el peso de lo que estamos gastando. Pero aguas, porque debajo de esa aparente inocencia, se esconde un peligro silencioso: la oniomanía.
Este término, que a lo mejor no les suena familiar, es la definición clínica de lo que popularmente conocemos como el trastorno de comprador compulsivo. Es un problema que, en la sociedad actual, está más presente que nunca, y es momento de reflexionar sobre sus peligros y tal vez, identificar si a ustedes o a alguien que conocen les está afectando.
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¿Qué es la oniomanía?
Vamos a profundizar en lo que realmente implica para quienes lo padecen. La oniomanía es la incapacidad de controlar el impulso de adquirir objetos. Se ha convertido en uno de los problemas más graves de nuestra época, impulsado por una cultura que promueve la posesión de bienes materiales como un símbolo de estatus, éxito e incluso atractivo personal.
La oniomanía es ese impulso irrefrenable de llenar un vacío emocional con compras. El problema es que ese vacío nunca se llena, ya que siempre habrá algo nuevo que comprar. Las personas atrapadas en este ciclo no pueden dejar de adquirir cosas que en realidad no necesitan, lo que termina arruinando no solo su economía, sino también su bienestar psicológico.
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La vida en un pozo sin fondo
Para muchos psicólogos, la oniomanía es un trastorno del control de impulsos que puede compararse con la ludopatía (la adicción al juego y a las apuestas), una condición que sí se ha aceptado ampliamente como una enfermedad mental.
Las personas con oniomanía sienten una necesidad enfermiza por comprar, y su vida se convierte en un pozo sin fondo. Lo que parece una «necesidad» no es más que un impulso irracional, y la mayoría de las cosas que adquieren terminan sin ser usadas, guardadas en un clóset, acumulando polvo. Hay una alteración en la función cognitiva de estos individuos que afecta su capacidad de tomar decisiones. Diversos estudios han señalado que en la porción prefrontal del cerebro, los neurotransmisores de dopamina y serotonina no funcionan de la manera adecuada, lo que afecta su capacidad de autocontrol.
Opciones para recuperar el control
Como cualquier condición, la oniomanía tiene tratamientos. Los expertos sugieren buscar ayuda profesional para una recuperación adecuada. Uno de los caminos es la medicación, que ayuda a nivelar las sustancias en el cerebro para sobrellevar el trastorno.
Otra opción altamente efectiva es la terapia cognitivo-conductual. A través de ella, los pacientes pueden aprender a controlar sus impulsos sin necesidad de medicamentos. La terapia les proporciona estrategias para manejar cada momento en el que sienten esa «necesidad» de comprar, ayudándoles a identificar los detonantes y a desarrollar mecanismos de afrontamiento saludables.
Redes sociales y el impacto en la oniomanía
Es fácil pensar que estas personas simplemente no saben administrar su dinero, pero no podemos subestimar el peso de las redes sociales. Las tendencias, los influencers y el constante bombardeo de publicidad actúan como gasolina para quienes sufren de oniomanía. Les dan ideas infinitas sobre en qué gastar, convirtiéndose en una gran «ayuda» para ciertas economías, pero una catástrofe para la propia.
No es justo culpar a quienes padecen esta condición; necesitan ayuda. Son blancos fáciles para quienes les venden cosas inútiles, arruinando sus vidas en el proceso. Un tratamiento adecuado y la paciencia de quienes los rodean pueden hacer que recuperen el control, abandonando la enfermiza necesidad de «contribuir» a una economía que, al final del día, los consume. La solución no está en la tarjeta de crédito, sino en el reconocimiento de que necesitan apoyo.
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