El truene de la relación puede ser culpa de tu cerebro y no por falta de amor, y aquí les vamos a explicar las razones.
Si algo hemos aprendido, a golpes y conversaciones incómodas, es que las amistades también caducan. No porque seamos malas personas ni porque la otra parte “ya no sea la misma”, sino porque, sorpresa: nuestro cerebro emocional evoluciona. Y lo hace con la misma discreción con la que las aplicaciones cambian sus términos y condiciones: nadie avisa, de pronto todo funciona distinto y nos toca fingir que entendemos.
La narrativa clásica dice que si una amistad se enfría es culpa de alguien. Que una dejó de intentar, que la otra ya no quiso, que ambas se volvieron adultas funcionalmente inexistentes, pero no. La ciencia y la experiencia colectiva de todos nosotros tratando de ser humanos en el siglo XXI, nos dice otra cosa: a veces el quiebre no viene del corazón, viene de las neuro actualizaciones internas que ni siquiera controlamos.
Truene en la relación: la culpa es tu cerebro
Nadie nos explica que el cerebro emocional pasa por sus propias mudanzas. Y mientras nosotros aquí, esforzándonos por mantener vínculos porque “nos conocemos desde chiquitas”, el cerebro anda haciendo sus ajustes internos, reorganizando neuronas, archivando duelos, borrando archivos corruptos y creando nuevas rutas emocionales.
Lo llamamos cambio de prioridades, crecimiento personal, distancia natural… pero podríamos llamarlo por su nombre real: sincronía neurológica perdida. Esa sensación de “ya no conecto” no siempre es drama: muchas veces es simplemente biología diciendo: esta relación ya no es compatible con el sistema actual.
A veces ya no conectamos porque nosotros hemos sanado… y la otra persona no
Sanar es precioso, terapéutico, y también… conflictivo. Porque cuando uno empieza a trabajar sus heridas, descubre que ya no vibra igual con quienes conocieron nuestra versión pre-terapia. Esa que reía siempre para no incomodar, decía que sí para evitar conflictos y aguantaba comentarios pasivo-agresivos porque “ay, así es es”.
Cuando sanamos, el cerebro hace algo extraordinario: reajusta el umbral de tolerancia. De pronto esas actitudes que antes dejábamos pasar ahora nos activan alarmas internas. No porque estemos sensibles: porque por primera vez estamos escuchando lo que el sistema nervioso pedía desde siempre.
Sanar cambia la química. Y cambiar la química cambia las relaciones.
Nuestro sistema nervioso aprende a decir basta. Vivimos en un mundo donde todo es estímulo: notificaciones, pendientes, el mundo de la hiper productividad, las redes sociales opinando sobre nuestra autoestima cuando nosotros solo habíamos entrado a ver perritos.
En medio de ese ruido, nuestro sistema nervioso se convierte en una especie de curador de estilo de vida: quiere calma, quiere silencio, quiere vínculos que no sumen cortisol. Y entonces pasa lo inevitable: algunas amistades que antes nos daban energía ahora nos dejan drenadas, pfff. No es malo, es regulación.
A veces dejamos de ver a alguien no porque ya no lo queramos, sino porque nuestro cuerpo, literal, no puede procesarlo, es como cuando borramos apps del celular: no es personal, es que nos estaba consumiendo todos los recursos del sistema y ya no nos aportaban tanto.
Hecho: no todo el mundo evoluciona al mismo ritmo.
Hay personas que se quedan en ciclos que nosotros ya no podemos/queremos repetir. Conversaciones que se sienten como déjà vu, dinámicas que no avanzan. Y no porque ellos estén mal, sino porque nosotros estamos caminando hacia otro lado.
Aceptar que ya no estamos en la misma frecuencia es uno de los actos más maduros y a la vez más tristes de la adultez: reconocer que hubo cariño, que sigue habiendo cariño, pero que ya no hay compatibilidad. Y esto no nos hace frías, ni malas, nos hace honestas.
Aquí está el punto que queremos subrayar y si pudiéramos, tatuar: poner límites no es frialdad, es congruencia emocional.
Elegir vínculos que acompañen, no que desgasten. Elegir conexiones que nutran, no que manipulen. Elegir ritmos que regulen el sistema nervioso, no que lo incendien. Elegirnos a nosotras mismas, aunque duela un poquito.
La cultura nos enseñó que abandonar una amistad es traición. La neurobiología nos enseña que a veces es respeto: al ciclo, a la historia compartida, al cerebro que ya no puede sostener lo que antes sostenía, y al bienestar que tanto nos ha costado construir.
En realidad, no eres tú, ni yo… es el cerebro haciendo lo suyo
Si alguien aquí se siente culpable por alejarse de un vínculo, por necesitar espacio, por que ya no le salga la misma conversación de antes, por haberse convertido en una versión diferente: respiren.
No están solas, no son malas, no están siendo crueles, están siendo humanas.Nuestro cerebro está diseñado para cambiar, para ajustar, para evolucionar. Y nuestras relaciones, por más entrañables que sean, no siempre sobreviven a esas transformaciones.
Lo bonito es que, cuando aceptamos esto, dejamos de aferrarnos a lo que fuimos y nos abrimos a lo que viene: amistades más conscientes, más presentes, más reguladas, más alineadas con quienes somos ahora y no con quienes fuimos a los 15, a los 20 o en nuestra primera crisis existencial.
Porque al final, la verdad es simple y un poco liberadora: no eres tú, ni yo… es nuestro cerebro aprendiendo a elegir mejor.