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¿Por qué hacemos cosas autodestructivas?

¿Cómo saber que las cosas autodestructivas que estamos haciendo son culpa de nuestro cerebro? Nuestro Neuropsiquiatra nos explica.

octubre 27, 2025

¿Se han cachado haciendo cosas autodestructivas como fumar, comer de más o regresar con el ex por el simple hecho de tener paz? Pues su cerebro los está saboteando. 

El ser humano es, por naturaleza, un organismo que busca sobrevivir. Pero paradójicamente, esa misma mente que diseñó vacunas, naves espaciales y poesía inmortal también puede empujarnos a sabotear nuestra propia vida.

Comer en exceso cuando sabemos que nos hará daño, volver con quien nos hiere, procrastinar hasta el desastre, beber para olvidar lo que no se olvida. ¿Por qué lo hacemos? La respuesta no está en la falta de voluntad, sino en la arquitectura del cerebro y en las huellas de nuestras emociones más primitivas.

¿Qué es una conducta autodestructiva?

Una conducta autodestructiva es cualquier acción que una persona realiza que le causa daño físico, emocional o social, ya sea de forma directa o indirecta, y que generalmente interfiere con su bienestar a corto o largo plazo.

No siempre es obvia: puede ir desde comportamientos evidentes, como cortarse, consumir drogas en exceso o beber hasta perder el control, hasta hábitos menos llamativos pero igualmente dañinos, como procrastinar de manera crónica, sabotear relaciones, comer de forma compulsiva o exponerse a situaciones riesgosas.

Lo importante es que estas conductas suelen proporcionar un alivio temporal, una sensación de control o de escape, aunque a la larga generen dolor, culpa o problemas más grandes. En otras palabras, el cerebro las percibe como una “solución momentánea” para emociones difíciles, aunque sean dañinas en realidad.

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¿Qué pasa en el cerebro?

Dentro de la cabeza conviven, en perpetuo desacuerdo, el sistema límbico (emocional) y la corteza prefrontal (racional). El primero quiere placer inmediato, alivio instantáneo. El segundo busca el bienestar a largo plazo.

Cuando el estrés, la ansiedad o la tristeza nos desbordan, la corteza se debilita y el sistema límbico toma el control del timón. Así, encendemos un cigarro, enviamos un mensaje que no debíamos o comemos lo que juramos no volver a tocar.

En neuroimagen, se ha visto que las conductas autodestructivas activan las mismas áreas cerebrales que el placer: el núcleo accumbens y el área tegmental ventral, regiones asociadas a la dopamina, el neurotransmisor de la recompensa. En otras palabras, incluso lo que nos hace daño puede sentirse “bien” por unos segundos.

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¿Cómo funciona el núcleo de Accumbens y el área Tegmental Ventral?

El núcleo Accumbens y el área Tergmental ventral (ATV) son como el “centro de placer y motivación” del cerebro. Funcionan juntos en un circuito que regula la recompensa, la motivación y la sensación de placer, especialmente ligado a la dopamina.

Área Tegmental ventral (ATV): es la fábrica de dopamina. Detecta estímulos que podrían ser gratificantes —comida, afecto, incluso conductas arriesgadas— y envía dopamina al núcleo accumbens.

Núcleo Accumbens: es el receptor y procesador de esa dopamina. Traduce la señal química en sensación de placer, anticipación y motivación. Aquí es donde sentimos “esto se siente bien” o “quiero más”.

Cuando hacemos algo autodestructivo, aunque racionalmente sepamos que es dañino, este circuito se activa igual que cuando comemos chocolate o recibimos un elogio. La dopamina genera una recompensa momentánea: el cerebro interpreta que “sobrevivir emocionalmente” significa repetir la acción, reforzando el patrón.

Trauma, culpa y el ciclo del castigo

En muchas personas, la autodestrucción no busca placer, sino castigo. Quien carga con culpa, vergüenza o una historia de abuso tiende a reproducir el dolor que conoce. Es un intento inconsciente de recuperar el control sobre lo que antes fue insoportable.

En psicología clínica se llama “repetición traumática”: el cerebro prefiere revivir un patrón conocido (aunque duela) a enfrentarse al vacío de lo incierto.

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Biología y química del autosabotaje 

Desde un punto de vista neuroquímico, la autodestrucción puede funcionar como una droga. El riesgo, la impulsividad y la culpa alteran los niveles de dopamina, adrenalina y cortisol. Son descargas químicas que, aunque tóxicas, se vuelven adictivas. El cerebro aprende que el dolor ofrece una forma de sentir algo cuando el vacío emocional domina.

También interviene la disonancia cognitiva: la tensión interna entre lo que sabemos que deberíamos hacer y lo que realmente hacemos. Para calmar esa tensión, el cerebro fabrica justificaciones —“solo esta vez”, “me lo merezco”, “ya mañana cambio”—, reforzando el circuito autodestructivo.

Algunos ejemplos de actitudes destructivas

Imagina que sabes que volver con tu ex te hará daño, pero después de un día difícil le mandas un mensaje. Al enviarlo, tu cerebro libera dopamina: un pequeño “subidón” que se siente como alivio. Si responde, llega adrenalina; si no, llega estrés. Para calmar la culpa, te justificas: “solo quería cerrar el ciclo”. Así, aunque sabes que te hace mal, tu cerebro repite el patrón: el dolor momentáneo se siente como recompensa.

En la comida: Imagina que has decidido no comer chocolate para cuidar tu salud, pero después de un día estresante llegas a casa y te comes una barra entera.

En ese momento, el área tegmental ventral libera dopamina, señalando a tu cerebro que “esto se siente bien”. El núcleo accumbens recibe esa dopamina y genera placer, anticipación y motivación para seguir comiendo. Aunque sabes que te hace daño o que rompe tu plan, la química cerebral te empuja a repetirlo.

Luego llega la culpa o el arrepentimiento, y tu cerebro busca justificarlo: “me lo merezco por el estrés del día”. Así se refuerza un patrón autodestructivo: placer momentáneo primero, consecuencias después, y el circuito de recompensa aprende que la comida puede ser un alivio emocional, aunque sea dañino a largo plazo.

¿Cómo romper el ciclo?

Salir de la autodestrucción no requiere “fuerza de voluntad”, sino reentrenar al cerebro. Estrategias como la terapia cognitivo-conductual, la meditación, el ejercicio y el acompañamiento psiquiátrico ayudan a fortalecer la corteza prefrontal, a regular la dopamina y a construir nuevas rutas neuronales.

El primer paso es mirar de frente el patrón sin juicio, con curiosidad científica: ¿qué parte de mí obtiene algo de esto? No hay recuperación sin autoconocimiento, y no hay autoconocimiento sin compasión.

En resumen

No hacemos cosas autodestructivas porque queramos sufrir, sino porque el cerebro busca aliviarse, aunque sea de forma equivocada. Es un intento de sobrevivir con herramientas rotas. La buena noticia es que el cerebro es plástico: cambia, aprende, se repara. Cada acto de consciencia, cada “no esta vez”, fortalece la parte de ti que quiere vivir mejor.

Especialista: Pablo León. Médico cirujano especialista en psiquiatría y neuropsiquiatría. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores y Jefe de los Servicios de Psiquiatría del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugia.

TW & IG: @psiquiatrialrs /  WEB: psiquiatrialrs.com / T. 55 1545 4240

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