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Pelear en pareja: el problema no es hacerlo, sino como se hace

¿Pelear en pareja es bueno, malo o pésimo? Mario Guerra, nuestro terapeuta de cabecera, les va a explicar cómo se hace correctamente.

abril 29, 2025

¿Son de los que creen que pelear en la relación está mal? Pues Mario Guerra les va a explicar que no es la pelea, sino cómo discuten. Tomen nota, que está buenísimo el tema.

Pelear en pareja puede ser una gran red flag, pero el problema es que muchas veces estamos peleando de forma incorrecta, al final una relación tiene altas y bajas, como todo en la vida.

Pelear en pareja ¿bueno, malo o pésimo?

De las discusiones en bucle. Esas que comienzan por cualquier cosa —la comida quemada, el presupuesto ajustado, la basura olvidada— pero que en realidad son la misma pelea con diferente disfraz.

¿Has notado que en estas discusiones siempre hay un momento exacto donde la voz se eleva, donde aparecen las mismas emociones (frustración, rabia, tristeza) y donde el final parece predecible? Es como si tuvieras un guion guardado en la memoria y ambos lo ejecutaran a la perfección, aunque con distintos pretextos.

No te preocupes, no estamos aquí para decirte que nunca debes discutir. Eso sería tan absurdo como pedirte que nunca tengas hambre. Lo que vamos a aprender es a «discutir con calidad», transformando esos momentos de tensión en oportunidades para crecer juntos sin acumular cicatrices emocionales.

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Veamos algunos patrones disfuncionales

Todos tenemos un radar que detecta cuándo estamos entrando en una discusión circular. Es ese momento en que piensas: «Aquí vamos otra vez». Nuestro cuerpo lo siente antes incluso que nuestra mente lo reconozca: el pulso se acelera, la respiración cambia, la mandíbula se tensa. Es como si una parte de nosotros supiera exactamente lo que viene a continuación.

Y es que las discusiones repetitivas no son aleatorias. Siguen patrones tan predecibles que casi podrías escribir el guion completo de la pelea antes de que suceda. Lo fascinante es que estos patrones son sorprendentemente universales. Ya sea que discutas con tu pareja sobre el presupuesto familiar o quién dejó la ropa sucia en el piso, probablemente caerás en alguna de estas dinámicas; veamos…

Las frases de siempre que empiezan las peleas en pareja

Esas líneas que apenas escuchas y ya sientes cómo tu cerebro entra en modo batalla: «Nunca me escuchas cuando te hablo», «Siempre haces lo que quieres», «A ti no te importa lo que yo siento». Diferentes palabras, misma acusación encubierta.

Ejemplo: Estás contando algo importante sobre tu día y notas que tu pareja revisa el celular. Le dices «nunca me pones atención cuando te hablo de mis cosas». Tu pareja responde: «Eso no es cierto, siempre te escucho». Tú contraatacas con un «¿en serio? Dime entonces qué acabo de decir». Y así, en menos de 10 segundos, ya encendieron la mecha de una discusión que probablemente tuvieron la semana pasada por un motivo completamente distinto.

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El humor envenenado

Cuando en lugar de expresar directamente lo que molesta, soltamos ese comentario aparentemente inocente pero cargado de ironía. Y luego, la guinda del pastel: «Es que estás muy sensible hoy, era solo una broma». ¿De verdad? ¿O estabas lanzando un dardo emocional?

Ejemplo: Tu pareja olvidó comprar algo importante del supermercado. En vez de decirle directamente que te molestó, comentas durante la cena: «Qué bueno que puedo confiar siempre en ti para las cosas importantes, ¿verdad?». Cuando notas su expresión de molestia, añades: «¡Era broma! Ay, qué sensible andas hoy». El resultado: la cena arruinada y una tensión que podría durar días.

El flama silenciosa vs la mecha corta

Uno huye del conflicto como si fuera la peste, mientras el otro explota de frustración ante tanto silencio. Y así, el ciclo se refuerza: cuanto más persigue uno, más se aleja el otro. Ninguno encuentra ese punto medio donde la comunicación fluye sin amenazas.

Ejemplo: Llegas cansado del trabajo y tu pareja quiere hablar sobre los planes del fin de semana con la familia. Tú respondes con monosílabos mientras miras la televisión. Tu pareja insiste, elevando gradualmente el tono de voz. Tu respuesta es encerrarte en un silencio aún más profundo. Tu pareja finalmente estalla: «¡Siempre haces lo mismo! ¡Es imposible hablar contigo!». Tú murmuras «Por esto mismo nunca quiero hablar, siempre acabas gritando». El ciclo continúa: cuanto más te callas, más grita; cuanto más grita, más te callas.

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La herida que nunca cierra

Cuando alguien cede no por convicción sino por agotamiento («ya, como tú digas, terminemos con esto»), el problema queda sin resolver. Es como poner una venda en una herida infectada: por fuera parece curada, pero por dentro sigue creciendo el problema.

Ejemplo: Discuten sobre cómo educar a los hijos o manejar las finanzas. Después de 40 minutos de argumentos circulares, uno de ustedes dice: «Está bien, hagámoslo a tu manera, lo que sea con tal de terminar esta conversación». La discusión termina, pero sin resolución real. Tres días después, cuando surge un tema relacionado, la respuesta viene cargada de resentimiento: «¿Para qué me preguntas si al final vas a hacer lo que quieras? Como siempre». Y la vieja herida, que nunca sanó realmente, vuelve a sangrar.

Si estas escenas te resultan demasiado familiares, no estás solo. Todos hemos protagonizado alguna. Pero cuando estas peleas se convierten en el soundtrack de tu relación, el desgaste emocional acaba pasando factura a la conexión.

Vamos a ver qué está pasando aquí

Los cuatro jinetes que arruinan tu relación

La investigación de Gottman, uno de los mayores expertos en relaciones, identificó cuatro comportamientos que predicen el fracaso de una relación:

  1. Crítica ácida: No es «olvidaste sacar la basura» sino «eres un desconsiderado que nunca piensa en los demás». Atacas la esencia de la persona, no la conducta específica.
  2. Desprecio disfrazado: Esas miradas de superioridad, el sarcasmo cortante o ese suspiro que dice «no puedo creer lo tonto que eres» sin palabras. Es veneno puro para la relación.
  3. Defensiva constante: «Sí, pero tú también…» o «No tuve opción porque tú…» La incapacidad de asumir nuestra parte y la tendencia a devolver cada acusación como en un partido de tenis.
  4. Muro de contención: Cuando físicamente sigues ahí, pero emocionalmente has abandonado la conversación. Te desconectas, miras el celular o simplemente asientes sin escuchar realmente.

Lo más revelador es que estos comportamientos suelen aparecer en secuencia, como si fueran los actos de una obra trágica que se repite noche tras noche, independientemente del tema «oficial» de la discusión.

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Las consecuencias de no reparar

  • La herida sin curación: Disculparse es apenas el primer paso. Si después de la tormenta no hay un momento genuino de reconexión y reparación, la herida permanece abierta. Y como cualquier herida sin tratar, se infecta y duele más con el tiempo.
  • La ilusión de la incompatibilidad: Muchas parejas tiran la toalla pensando «somos demasiado diferentes», cuando en realidad lo que falta es aprender a negociar. Detrás de discusiones aparentemente triviales como quién lava los platos, suelen esconderse necesidades profundas de reconocimiento, equidad o seguridad.
  • Micro-traumas diarios: Cada discusión mal gestionada deja una pequeña grieta en la relación. Una sola no derribará el edificio, pero la acumulación de estos micro-daños termina por debilitar los cimientos hasta que un día, por una tontería, todo se derrumba.

¿Qué podemos hacer para no pelear en pareja?

Identifica tu papel en la danza

Antes de señalar con el dedo, pregúntate: ¿cuál es tu movimiento típico en esta coreografía del conflicto? ¿Eres quien lanza la primera piedra con una crítica? ¿O quizás quien se encierra en silencio ante la primera señal de tensión?

¿Cómo hacerlo?: Si cada vez que tu pareja comenta algo sobre el dinero, tú automáticamente cruzas los brazos y pones esa cara de «aquí vamos otra vez», estás enviando un mensaje de desprecio antes incluso de que comience la discusión.

Resultado esperado: Al reconocer tu propio patrón, puedes decidir conscientemente romperlo. Quizás manteniendo una postura abierta o respirando profundo antes de responder.

La pausa sagrada

Cuando sientas que la temperatura emocional sube demasiado, activa tu propio botón de pausa. No es huir, es darte tiempo para responder desde la reflexión y no desde la reacción primitiva.

¿Cómo hacerlo?: «Necesito cinco minutos para pensar bien lo que quiero decir. ¿Podemos retomar esta conversación después de un breve descanso?»

Resultado esperado: Evitas ese comentario hiriente del que después te arrepentirás y que podría echar más leña al fuego.

Busca la necesidad oculta

Detrás de cada queja superficial hay una necesidad emocional profunda. Aprende a traducir lo que escuchas para llegar al corazón del asunto.

¿Cómo hacerlo?: Cuando tu pareja reclama «nunca me avisas si llegarás tarde», quizás lo que realmente está diciendo es «necesito sentirme importante para ti y me duele pensar que no lo soy lo suficiente como para merecer ese pequeño gesto».

Resultado esperado: Al abordar la necesidad real (sentirse valorado) en lugar del comportamiento específico (el aviso), la solución aparece con mayor claridad y menos resistencia.

Inventa una tercera alternativa

Supera la mentalidad de «mi manera o la tuya» explorando nuevas posibilidades que integren las necesidades de ambos.

¿Cómo hacerlo?: Si uno quiere ahorrar todo el dinero posible y el otro disfrutar más del presente, pueden crear un sistema donde el 70% va a ahorro/necesidades básicas, 20% a disfrute conjunto y 10% a gastos personales sin rendición de cuentas.

Resultado esperado: Ambos sienten que sus necesidades importan y que están construyendo soluciones como equipo, no como adversarios.

Pide refuerzos a tiempo

Cuando los patrones están muy arraigados, a veces necesitamos ayuda externa para identificarlos y transformarlos.

¿Cómo hacerlo?: Asistir juntos a un taller de comunicación en pareja, leer un libro especializado compartiendo aprendizajes o, si la situación lo requiere, buscar apoyo profesional.

Resultado esperado: Adquieren nuevas herramientas y perspectivas que les permiten romper ciclos negativos antes de que el daño sea irreversible.

Entonces al final…

La mayoría de las parejas que caen en el bucle de discusiones repetitivas no tienen un problema de incompatibilidad ni de «desamor», sino un patrón de comunicación tóxico que se ha instalado sin que lo notaran.

La buena noticia es que podemos desaprender estos hábitos destructivos y construir nuevas formas de dialogar, incluso en medio del desacuerdo. No se trata de nunca discutir (eso sería irreal), sino de hacerlo de una manera que fortalezca la relación en lugar de deteriorarla.

Con un poco de autoconciencia, paciencia y quizás algo de sentido del humor para no tomarnos tan en serio, podemos transformar esas batallas repetitivas en conversaciones productivas. Al final, lo que determina la salud de una relación no es la ausencia de conflictos, sino la capacidad de navegar juntos a través de ellos.

Mensaje final: «Una relación extraordinaria no es aquella donde nunca se discute, sino donde se sabe discutir con respeto, escucha y reparación. Y eso, afortunadamente, es una habilidad que cualquiera puede desarrollar si está dispuesto a mirarse en el espejo primero«.

Especialista: Mario Guerra. Psicoterapeuta, tanatólogo, coach ontológico, hipnoterapeuta certificado internacionalmente, conferencista y nuestro rockstar del amor.

TW y IG: @marioguerra / FB: @marioguerra.mx / YT: @MarioGuerramx / encuentrohumano.com

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