Les vamos a contar todo sobre las ventajas de ir a la naturaleza, salir al parque o ir a una reserva natural y qué hacer si no están cerca de algo así.
No te estamos diciendo que sea algo muy extremo (seguro un amigo se va a la montaña el sábado a las 3 am) las ventajas de ir a la naturaleza las podemos aprovechar con lo que tengamos cerca y aquí les contamos todo.
Las ventajas de ir a la naturaleza o de plano ir a un parque
Hablemos de parques. No de esos parques perfectos tipo Central Park con ardillas que parecen entrenadas por Disney, sino de los de verdad: el de la esquina donde siempre hay un señor paseando a tres chihuahuas, el que tiene juegos infantiles de acero oxidado, el que a veces se siente demasiado silencioso y, otras, con demasiadas personas. Esos.
Porque aunque vivimos convencidos de que nuestra salud mental depende de ir a terapia (y sí, no dejen de ir), resulta que lo que más nos rescata de la neurosis contemporánea es lo más barato: salir al parque.
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La atención que se nos va por andar en otras cosas
Lo saben: vivimos con déficit de atención crónico. Abrimos el mail, nos llega un WhatsApp, se abre TikTok sin querer y, tres horas después, estamos viendo a un gato asustado por un pepino. La culpa no es del gato; es de nuestra atención dirigida, esa que se agota cada vez que intentamos concentrarnos en algo.
Y aquí entra el parque como el héroe que nos sabíamos que necesitabamos. Cuando estamos entre árboles, pájaros y bancas oxidadas, nuestra atención funciona distinto. La ciencia lo llama “soft fascination”: nuestro cerebro se deja atrapar por cosas simples como el crunch de las hojas en el piso o un perro persiguiendo una pelota. Es como pasar de un jefe histérico a un colega buena onda que no nos pide entregas urgentes. ¿El resultado? Recuperamos enfoque, la claridad y las ganas de pensar.
El hospital con vista a ladrillo vs. el de vista a árboles
Un dato que parece inventado pero que, prometemos, está comprobado, es que en los años 80, pacientes operados de la vesícula en Filadelfia sanaban más rápido y con menos dolor si desde su ventana veían árboles en lugar de una pared de ladrillo. Un día de recuperación menos. Menos analgésicos. Todo por un par de ramas moviéndose al viento.
Y sí, parece algo chiquito pero saber que el cuerpo responde a lo bello, incluso a lo simple, es información utilísima. Imaginemos lo que podría pasar si nuestras oficinas tuvieran ventanales con árboles en lugar de muros grises.
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Ventajas de la naturaleza y de los parques
Los europeos ya se dieron cuenta: los barrios con mayor diversidad de árboles tienen menos consumo de antidepresivos. No es que los árboles tengan recetas escondidas en las raíces, es que estar rodeados de vida vegetal cambia cómo procesamos tristeza, duelo o ansiedad.
Y en países como Canadá o Reino Unido, los médicos literalmente recetan “paseos en la naturaleza”. Imagínense llegar al consultorio y que, en lugar de un frasco de pastillas, el doctor les diga: “Su tratamiento es caminar veinte minutos entre jacarandas”. Nada de efectos secundarios, salvo quizá enamorarse de un perro callejero y querer adoptarlo.
Lo raro: funciona incluso cuando no lo disfrutamos
Aquí viene la parte rara (e interesante). No hace falta que el paseo sea “instagrammeable”. No tiene que ser un atardecer en Yosemite ni un baño de bosque en Japón. Si vamos al parque en pleno enero, con frío, bufanda mal puesta y cero ganas… igual sirve. Nuestro cerebro se calma aunque estemos renegando por dentro. Así que no, no es placebo ni “mejor ánimo”: es biología pura. Química cerebral.
Microdosis de naturaleza
Claro, no todos tenemos un Central Park a la vuelta de la esquina. Pero hay variaciones que podemos intentar:
- Una planta en el escritorio.
- Escuchar grabaciones de pájaros mientras trabajamos.
- O el clásico: bajar a la calle arbolada más cercana y caminar diez minutos sin audífonos.
Todo suma. Todo hace que nuestra mente respire.
La perspectiva que nos falta
La naturaleza nos recuerda lo ridículamente pequeños que somos. Esa sensación de awe, de asombro, puede darnos perspectiva. Un árbol que ha estado ahí desde antes que naciéramos no se inmuta por nuestro junta del viernes. Un cielo que cambia de color cada tarde nos recuerda que nada es tan urgente como lo sentimos.
Y esa perspectiva, en un mundo donde todos creemos que si no contestamos un correo en 10 minutos el planeta dejará de girar, es medicina.
Entonces, ¿por qué ir a un parque?
No para correr cinco kilómetros ni para hacer un picnic. Vamos al parque porque nos repara, aunque no nos demos cuenta. Porque mirar hojas moverse sirve más para la fatiga mental que un expresso. Porque nos devuelve un poco de control en un mundo que se empeña en drenarnos.
Así que la próxima vez que estén dudando entre otra hora frente a la pantalla o salir a caminar, piénsenlo así: el parque es la versión gratuita de la terapia. Y está ahí, esperándonos, con un banco oxidado y un perro que quiere jugar. Elijan jugar con el perro siempre.