Viene nuestra queridísima Tere Díaz para sacarnos de la cabeza la necedad de que TODO lo que hacemos y ponemos en nuestra relación tiene que ser justamente la mitad: por qué es inútil querer hacerlo y por qué en ningún aspecto (emocional, físico, económico…) puede ser 50/50.
En consulta hay muchas parejas cuyas peleas se relacionan con querer ser tan “puristamente” justos, que terminan llevando una contabilidad competitiva de qué se dan, qué aportan y cómo se ayudan… que termina por ausentar el deseo y marchitar el amor.
Toda la vida personal consiste en la conquista de mejores oportunidades de vida a todos los niveles: educativo, económico, social, de salud, laboral, pero ni la vida es justa, ni las circunstancia que acontecen a lo largo de ella son previsibles, controlables y parejas.
En su libro, Con Luz Propia, Michelle Obama dice que si se evalúa el matrimonio (o la vida en pareja) en el quinto, el décimo o el primer año, nunca se está al 50% y 50%: alguien siempre da mucho más en cualquier nivel: afectivo, laboral, doméstico, emocional.
Cuando las parejas comienzan a medir lo que cada uno aporta, inevitablemente reconocerán momentos en los que parece que uno de los dos carga con mucho más que el otro. La vida se caracteriza por el cambio permanente que solo consigue cierta estabilidad a través de un equilibrio más o menos precario.
Es en esa turbulencia que la pareja ha de aprender también a malabarear, a alternar roles, a cubrir huecos, a asumir responsabilidades que “no le corresponden”, a echarse al hombro responsabilidades y a actualizar permanentemente su relación a través de la consideración mutua y de la negociación ligera y constante.
Todas las personas llevan en la bolsa un paquete de cartas para jugar el juego de la vida, pero no todos nacemos con las mismas cartas por diversas razones: algunas elegidas, otras dadas y unas más impuestas.
Esto hace que SIEMPRE alguien tenga más cartas para jugar en la relación por sus situaciones de privilegio, o, teniendo el mismo número de cartas para barajar, alguien tenga puros corazones y espadas, y el otro diamantes y tréboles. Es por eso que en el día a día no se puede dar siempre en equilibrio: no puede ser 50% y 50%. No es pareja la pareja.
El conocimiento mutuo, la aceptación de las diferencias, la consideración mutua permite que la pareja se sostenga sin una permanente competición y comparación: a veces uno puede dar el 20% y el otro cubre el 80%.
Aplica en lo pequeño y cotidiano, igual que en lo más complejo y trascendente, a esto sumemos los cambios personales a lo largo de la vida, y las circunstancias: enfermedades, despidos, demandas de las familias de origen, traumas atravesados, muertes, etc.
Habrá que evaluar cada situación, momento a momento, para acordar, si alguien viene quemado de un trabajo agotador, o si alguien está preocupado por un familiar enfermo, si alguno perdió el trabajo, etc. etc.
Ocurrirán situaciones de “salvémonos como podamos”, es decir, ambos atrapados en demandas, cansancios y problemas, que no pueden exigir que el otro los apoye, si van a duras penas, remando en su propia lancha.
De ahí la importancia de contar con redes de apoyo exterior a la pareja, porque nadie puede satisfacer al 100% las necesidades del otro. Somos seres sociales, y si bien el individualismo ha crecido y la pareja se va convirtiendo en la principal fuente de apoyo, disfrute y resolución, ni una madre sola puede dar a un hijo todo lo que requiere para crecer. Hoy demandamos a la pareja lo que antes nos daba toda una tribu.
Habilidades que requerimos para saber ceder, apechugar y negociar.