terapia-no-ayuda-martha-debayle

Cuando la terapia no ayuda: ¿Puede matar nuestras relaciones?

La terapia no siempre es algo buena, especialmente si el tratamiento es muy poco «conveniente», es hora de ver lo bueno y lo malo de la ayuda psicológica.

agosto 27, 2025

Todo el mundo debería de ir a terapia, pero ¿eso nos dejará mucho más solas? ¿nos aleja de la gente que nos quiere?, ¿todo lo vemos negativo? Vamos a revisar un estudio que dice eso…

Que levante la mano quien no tenga, al menos, un amigo que desde que empezó terapia se volvió un experto en diagnosticar a medio mundo. El tío que antes era “medio raro” ahora es “claramente un narcisista”. La mamá que a veces se equivocaba ahora es “tóxica”. Y cualquier desacuerdo entre hermanos se convierte en motivo para hablar de “espacios seguros”.

No lo decimos para burlarnos de la terapia. Aquí mismo la defendemos, la usamos y sabemos que puede ser un salvavidas. Pero también hay que mirar de frente algo incómodo: la cultura de la terapia está creciendo tan rápido que empieza a dejar daños colaterales.

No se pierdan:Terapia en 5 videos… ¡Imperdibles!

El boom de la terapia

En los últimos veinte años, el uso de la terapia se ha más que triplicado. A la par, las rupturas familiares también se dispararon. ¿Casualidad? Puede ser. Pero las cifras nos obligan a preguntarnos si, en el afán de sanar, estamos creando nuevas grietas.

Un estudio de 2024 (Patiths et al.) encontró que mientras más tiempo pasa la gente en terapia, más negativamente recuerda su infancia. Es decir, lo que antes se contaba como «sí, mi mamá hacía lo que podía con lo que tenía», después de meses de análisis se transforma en «mi mamá fue dañina y me robó la infancia».

La terapia tiene esa fuerza: nos ayuda a mirar con lupa lo que nos dolió. El problema es cuando la lupa se convierte en un microscopio que exagera cada célula del pasado, hasta deformarlo.

Del insight al aislamiento

Todos conocemos la escena: el terapeuta sugiere “pon un límite”. Y claro, poner límites suena sanador… hasta que se convierte en excusa para cortar con cualquiera que nos incomode. de repente, tu hermana no responde como esperas y ya es “una persona insegura para tu crecimiento”. Tu papá levanta la voz y es “violento verbal”. La prima que te pide favores es “codependiente”.

Lo que empezó como un ejercicio para vivir más libres termina como un diccionario de etiquetas que usamos para expulsar gente. Y ahí es donde deberíamos detenernos a preguntar: ¿estamos sanando o estamos simplificando las relaciones hasta volverlas descartables?

La metáfora es clara: la terapia puede ser como un filtro. Nos muestra nuestra vida con más contraste, nos hace ver detalles que antes ignorábamos, pero también puede distorsionar. No porque el filtro sea malo, sino porque olvidamos que es solo una herramienta, no la realidad completa.

El riesgo de vivir con filtro terapéutico es que empezamos a reescribir la memoria para que encaje en la narrativa. Y claro, es tentador: si todo lo malo tiene un origen claro en alguien más, nos sentimos libres de culpa. Pero esa versión editada de la infancia, donde todo fue herida, ¿realmente nos ayuda a reconciliarnos con quienes somos?

¿La terapia puede matar nuestras relaciones?

No queremos romantizar las familias ni decir que todo es perdonable. Sabemos que hay relaciones que de verdad son peligrosas, padres que sí fueron abusivos, vínculos que no tienen rescate. El problema es cuando la consigna de “aléjate de lo tóxico” se convierte en el comodín para cualquier conflicto.

En la vida moderna, donde ya todo es rápido y reemplazable, ¿también vamos a tratar así a las relaciones humanas? Es fácil borrar contactos, silenciar chats, cortar lazos. Lo difícil es quedarnos en la incomodidad y trabajar lo complejo.

La terapia es útil para nombrar lo que sentimos, pero la vida real sigue estando fuera del consultorio. Allí no hay terapeuta que nos diga cómo responder al mensaje de la tía intensa, cómo reconciliarnos después de una pelea absurda, cómo volver a hablar con la mamá que a veces nos irrita, pero también nos hizo sopa cuando estuvimos enfermos.

Si solo aplicamos las recetas terapéuticas, corremos el riesgo de perder el matiz: la humanidad contradictoria de los demás. Nadie es “solo tóxico” o “solo sanador”. Todos somos mezcla. Y en ese gris es donde se construyen vínculos que resisten.

No se pierdan:Mentiras que se dicen en terapia …

Terapia sí, pero con contexto

Entonces, ¿qué hacemos? No se trata de tirar la terapia por la ventana. Se trata de usar lo aprendido sin volverlo absoluto.

Podemos poner límites, sí, pero sin olvidar que una relación no siempre se define por un error. Podemos reconocer traumas, pero también rescatar recuerdos buenos sin sentirnos hipócritas. Podemos alejarnos de quien nos hace daño, pero no confundir el malestar común de convivir con “violencia psicológica”.

En otras palabras: la terapia debería darnos más herramientas para acercarnos a la vida, no menos. La terapia no mata relaciones. Lo que puede matarlas es cómo la usamos. Si la convertimos en una lupa para revisar cada gesto ajeno con sospecha, terminamos solos en nombre del autocuidado.

Sanar no debería significar quemar puentes indiscriminadamente, sino aprender a cruzarlos de otra manera. Y quizá ahí está el verdadero reto: entender que no somos los jueces, sino personas reales tratando de llevarse lo mejor posible.

La terapia puede ser una brújula, pero nunca debería sustituir nuestra capacidad de decidir con matices. Porque la vida no se trata de etiquetar y descartar, sino de navegar lo complejo, lo imperfecto, lo humano.

Más artículos para leer:

únete a nuestra comunidad

agosto 27, 2025