Tu cerebro está cambiando y puede que sea por las exigencias que te estás poniendo en la chamba.
A ver, sin vueltas: trabajar de Sol a Sol no te hace más productivo, te hace más… tostado y doradito. Y no lo decimos solo porque sentimos que ya no sabemos ni en qué día vivimos o porque confundimos el nombre de nuestro perro con el de nuestro jefe. No. Ahora hay ciencia que nos da la razón, y eso nos da paz.
Un nuevo estudio de Corea del Sur encontró que trabajar muchas horas no solo nos deja con dolor de espalda y una vida social nivel “me río de memes sola en mi cama”, sino que literalmente está cambiando la estructura de nuestro cerebro. Como si necesitáramos una razón más para apagar la compu a las seis (o a las siete… o a las ocho… ok, ya basta), resulta que el exceso de chamba afecta nuestras funciones cognitivas y emocionales.
¿Tu cerebro está cambiando para mal?
Los investigadores, muy aplicados ellos, siguieron a 110 trabajadores de la salud en Corea y los dividieron en dos grupos: los que trabajaban decentemente (o sea, menos de 52 horas semanales) y los que claramente vivían en el hospital o algo parecido. A estos últimos se les etiquetó como “grupo con exceso de trabajo”.
Lo interesante es que les hicieron estudios de resonancia magnética y encontraron diferencias notables en regiones del cerebro como el giro frontal medio (que, no es por presumir, usamos para cosas importantes como pensar, decidir y recordar por qué entramos a la cocina) y la ínsula (esa parte emocional que nos ayuda a no gritarle al microondas cuando no calienta bien).
Conclusión: trabajar tanto nos está desajustando las áreas responsables de que no colapsemos emocionalmente por tonterías. Y no es metáfora.
No dejen de leer: Principios para transformar tu filosofía de vida en tiempos de incertidumbre
Pero… ¿de verdad tanto cambia nuestro cerebro?
Sí. Y esto no es de ahora. La OMS ya nos había advertido desde 2021 que las largas jornadas laborales están matando gente: más de 745,000 muertes al año, para ser exactos. También hay estudios que vinculan el exceso de trabajo con el riesgo de diabetes, el deterioro cognitivo y, en general, la sensación constante de estar sobreviviendo a la vida en vez de vivirla.
O sea que no es solo que nos sintamos más lentos, más irritables o más dispersos. Es que estamos literalmente cambiando. Por dentro. A nivel materia gris. Como si tu cerebro decidiera entrar a huelga silenciosa y empezar a remodelarse para sobrevivir al caos.
¿Y por qué esto nos pega tanto a nosotros?
Porque lo vivimos. Todos los días. Somos la generación que normalizó contestar mails a las 11 de la noche, asistir a juntas por Zoom con fiebre y considerar “tiempo libre” a lavar los trastes mientras oímos un podcast de autoayuda. Vivimos en el multitasking crónico, glorificamos el hustle como si fuera algo digno de presumirse. Y mientras tanto, nuestro cerebro allá adentro, diciendo: “Hermana, para. No puedo con esto”.
¿Y hay solución o ya nos fregamos para siempre?
Tranquilos, que todavía hay esperanza. Los científicos dicen que los cambios podrían ser, al menos en parte, reversibles. Pero—y este pero viene en mayúsculas—necesitamos cambiar el entorno. O sea, dejar de romantizar el “trabajo bajo presión”, cuestionar las culturas laborales que te celebran por no tomarte vacaciones y empezar a priorizar cosas como… no sé, dormir. Respirar. Ver el sol.
Porque sí, volver a un estado basal (es decir, al modo cerebro-no-saturado) toma tiempo, pero es posible. Aunque eso implique cosas radicales como decir no a más reuniones innecesarias o cerrar la laptop a tiempo.
No dejen de leer: ¿Cómo afectan los colorantes artificiales al intestino?
Entonces, ¿qué hacemos?
Primero, compartírle esta nota al jefe. Con respeto, pero con firmeza. Luego, entre nosotros, podemos empezar a cambiar ciertas prácticas:
- Dejar de normalizar “trabajar desde la cama” como si fuera tierno.
- Aceptar que no tenemos por qué estar disponibles 24/7.
- Empezar a preguntarnos si realmente necesitamos esa junta o si un simple correo lo resuelve.
- Y lo más importante: recuperar nuestros hobbies, aunque sea ver reality shows absurdos o armar rompecabezas con gatos.
Porque sí, trabajar es importante, pero no más que conservar un cerebro funcional. Uno que pueda recordar contraseñas sin colapsar, disfrutar una comida sin revisar notificaciones y llorar solo por razones normales, tipo películas de Pixar y no un Excel corrupto.
Trabajar demasiado no solo nos agota: nos moldea el cerebro. Y si ya sentíamos que algo no andaba bien (ese olvido constante, esa ansiedad sin sentido, ese llanto en el baño de la oficina), ahora tenemos evidencia: no somos nosotros, es el sistema.
No se trata de ser flojos, se trata de ser humanos. Y de cuidar esa masa gris que todavía nos queda, porque la vamos a necesitar para lo que realmente importa: vivir, pensar, reír, amar… y sí, también para ver memes con sentido del humor intacto. Nos vemos afuera del Excel.